"La Biblia y el calefón" salió de aire en marzo de 2008, tras el
fallecimiento de su conductor original, Jorge Guinzburg. Pero cuando
parecía haber quedado como un hito televisivo del pasado, resurgió con
Sebastián Wainraich (ex TVR) en el prestigioso sillón que muy pocos se
atreverían a ocupar.
Cada programa cuenta con cuatro invitados famosos y el ingenio del conductor. A modo de ejemplo: allí está el ex ministro de Economía argentino, Martín Lousteau, que fue la comidilla de los paparazzi por su romance con Juanita Viale. Con coraje confiesa estar "muy bien" junto a Carla Peterson aunque no le gusta "aparecer en las revistas". "Vos sabés que no hay que salir con actrices", dispara Wainraich con un gesto gracioso. "Pero si te enamorás, te enamorás", le responde Lousteau. (Silencio). "¿Sabés qué? Sos un dulce". La Biblia y el calefón, que inspiró hasta al propio Joaquín Sabina para hacer una canción homónima, transita así un nuevo comienzo. Wainraich lo disfruta.
Alejandra Volpi
-¿Qué significa ocupar el sillón de Jorge Guinzburg?
-Cuando me lo ofrecieron me sentí halagado de que pensaran en mí. Es
sobre todo un orgullo. Hicimos como veinte programas y yo ya me siento
relajado, familiarizado, me resulta algo natural.
-¿Cuánto intenta acercarse y cuánto se aleja del perfil de Guinzburg como entrevistador?
-En realidad el programa mantiene la esencia por su estructura. Es un conductor con cuatro invitados y se hablan de tres o cuatro temas. Yo no intento copiarle ni imitarlo, ¡sería un error! No tendría ningún sentido, porque para empezar somos todos distintos. Yo sé que esto es muy difícil, porque estoy ocupando el lugar de alguien que fue uno de los más grandes en Argentina, entonces intento encontrar mi estilo, mi forma de preguntar, de reflexionar, de hacer que los invitados brillen. No me puse a pensar en lo que hacía Jorge, aunque soy admirador de lo que hacía.
-¿Cómo era su relación con él?
-Lo conocí en un evento donde le hice una nota y después fui como invitado a varios de sus programas. Teníamos una buena relación. No éramos amigos pero nos llevábamos bien. Yo lo veía como un referente. Además soy amigo de su hija Malena. Y fui de invitado al último programa de La Biblia y el calefón.
-Ese detalle visto hoy a distancia resulta increíble, ¿no?
-Sí, son esas paradojas de la vida. Me acuerdo que me divertí, la pasé muy bien, teníamos buena onda en los reportajes.
-Busca que el entrevistado brille. ¿En La Biblia y el calefón de qué forma explota a los invitados? ¿Cuál es la estrategia?
-A diferencia de la radio esto tiene que tener otro ritmo, otra velocidad, y busco más el chiste. Hay un poco más de preparación, porque tengo que estudiar la vida de los cuatro, buscar declaraciones, saber el currículum, y a partir de eso armamos con el equipo los temas de los que vamos a hablar. El programa tiene que brillar; y si lo conseguimos estamos todos bien. Por eso busco incomodar al invitado en el buen sentido, ¡es casi como una sesión terapéutica!, hago que hable de cosas que le provoquen algo. Pero tampoco le quiero hacer pasar un mal momento.
-¿Y dónde está el límite?
-Si vivió una tragedia en su vida no voy a ir para ahí. Pero si viene una modelo que tuvo todos novios millonarios, algo de eso le voy a decir. En ningún momento buscaré herir al invitado. Después veo de qué manera se pueden conectar los cuatro, eso es clave. Casi siempre encuentro buena predisposición, porque el que va sabe que va a divertirse. De hecho, cuando fui invitado de Guinzburg, me acuerdo que él me dijo: `hoy venís a laburar`. Y es así, hay que estar predispuesto a pasarla bien.
-¿Hasta ahora qué entrevistados lo sorprendieron más?
-Me gustaron muchos, se me vienen a la mente Martín Lousteau, Andrea Frigerio, Alejandra Maglietti, Claudio María Domínguez, Matías Martin, Campi... ¡fueron tantos ya!
-¿Considera que en este formato los personajes hacen confesiones que no harían durante una entrevista "normal"?
-Sí, porque la charla te va llevando. De repente querés subir la apuesta del otro y cuando uno no quiere contar, lo atacamos entre todos para que cuente, sabiendo que nadie lo va a juzgar. Es dinámico.
-Fue productor de Fernando Peña. ¿Cómo lo recuerda?
-Con todo, a cada rato lo recuerdo, porque trabajé con él en Metro, la radio donde yo hoy conduzco mi programa. Fernando fue lo mejor que le pasó en radio a la Argentina tal vez en la historia. Lo que hacía él no lo va a poder hacer nadie. Era una persona intensa en todo, pasional, extrema, dejó muchas enseñanzas, tenía una manera de vivir muy particular, pero era muy coherente consigo mismo y eso es un valor.
-¿Qué le aportó su pasaje por TVR?
-La posibilidad de conducir un programa de televisión, porque fue el primero. Era una especie de noticiero, que parecía formal desde su estructura, pero que de formal no tenía tanto. Aprendí que en la tele se pueden encontrar espacios interesantes desde una estructura que parece quieta. Corrimos la ventaja de ser amigos con Gaby (Schultz), entonces podíamos explorar por ahí y sobre todo me dejó mucho ejercicio delante de cámaras.
-Algunos famosos se enojaron. ¿Aprendió a lidiar con ese tipo de situaciones?
-Sí, hubo enojos, pero hace mucho tiempo. Lo importante es ser coherente contigo mismo para poder irte a dormir tranquilo sabiendo que estás haciendo lo que querés. Si no estás de acuerdo con una cosa y te parece que es interesante decirlo -no por rebelde o por hacerte el loco- y lo podés argumentar está buenísimo.
-¿Se define como un conductor que hace humor? o ¿como un humorista que conduce programas?
-Todo el tiempo necesitamos definirnos. Yo la verdad que no lo sé. Empecé como guionista, me siento conductor de radio y televisión. Me gusta mucho actuar en el teatro también. Cuando era chiquito empecé por el periodismo y la escritura, pero de a poco fui tomando distancia, a pesar de que soy curioso y estoy cerca de los diarios siempre. Pero cada vez me acerco más a la ficción a través del guión.
-En el estilo de hacer humor ¿quién lo marcó más?
-Siempre voy al referente más obvio que es Woody Allen. Y cuando estoy triste vuelvo a ver sus películas.
-Para hacer un humor ¿se ubica en la posición de perdedor?
-No, no es de perdedor, aunque desde ganador nadie se puede poner. Creo que las cosas no se dividen entre ganadores y perdedores, más bien lo hago desde un lugar donde me resulta cómodo y a veces incómodo. En realidad me pongo en un lugar que puede parecer nuevo, porque la gente que aparece en los medios casi siempre da la imagen de ser segura, que lo sabe todo y no tiene dudas. Pero a mí me gusta plantear dudas, inseguridades, y eso es un buen camino para hacer humor.
-¿Quiénes tienen mejor sentido del humor: los artistas o los políticos?
-Me resulta imposible generalizar.
-¿Conduciría un programa como Gran Hermano si se lo ofrecieran?
-Hoy no, pero nunca se sabe. Tampoco lo descartaría de antemano.
-¿Qué opina sobre esa apología del caos que hacen algunos programas de la televisión argentina, con mediáticos peleándose todo el tiempo?
-La verdad, no me interesan mucho, son espacios que no me entretienen. A veces los miro y no me enganchan, no me gustan. Pero trato de no juzgar desde lo moral lo que tiene que ver con el espectáculo y el arte.
-Cuando era adolescente tenía rulos. ¿Qué pasó después?
-(Se ríe) ¡La vida pasó!... ¡Pasó de todo!
Cada programa cuenta con cuatro invitados famosos y el ingenio del conductor. A modo de ejemplo: allí está el ex ministro de Economía argentino, Martín Lousteau, que fue la comidilla de los paparazzi por su romance con Juanita Viale. Con coraje confiesa estar "muy bien" junto a Carla Peterson aunque no le gusta "aparecer en las revistas". "Vos sabés que no hay que salir con actrices", dispara Wainraich con un gesto gracioso. "Pero si te enamorás, te enamorás", le responde Lousteau. (Silencio). "¿Sabés qué? Sos un dulce". La Biblia y el calefón, que inspiró hasta al propio Joaquín Sabina para hacer una canción homónima, transita así un nuevo comienzo. Wainraich lo disfruta.
Alejandra Volpi
-¿Qué significa ocupar el sillón de Jorge Guinzburg?
-¿Cuánto intenta acercarse y cuánto se aleja del perfil de Guinzburg como entrevistador?
-En realidad el programa mantiene la esencia por su estructura. Es un conductor con cuatro invitados y se hablan de tres o cuatro temas. Yo no intento copiarle ni imitarlo, ¡sería un error! No tendría ningún sentido, porque para empezar somos todos distintos. Yo sé que esto es muy difícil, porque estoy ocupando el lugar de alguien que fue uno de los más grandes en Argentina, entonces intento encontrar mi estilo, mi forma de preguntar, de reflexionar, de hacer que los invitados brillen. No me puse a pensar en lo que hacía Jorge, aunque soy admirador de lo que hacía.
-¿Cómo era su relación con él?
-Lo conocí en un evento donde le hice una nota y después fui como invitado a varios de sus programas. Teníamos una buena relación. No éramos amigos pero nos llevábamos bien. Yo lo veía como un referente. Además soy amigo de su hija Malena. Y fui de invitado al último programa de La Biblia y el calefón.
-Ese detalle visto hoy a distancia resulta increíble, ¿no?
-Sí, son esas paradojas de la vida. Me acuerdo que me divertí, la pasé muy bien, teníamos buena onda en los reportajes.
-Busca que el entrevistado brille. ¿En La Biblia y el calefón de qué forma explota a los invitados? ¿Cuál es la estrategia?
-A diferencia de la radio esto tiene que tener otro ritmo, otra velocidad, y busco más el chiste. Hay un poco más de preparación, porque tengo que estudiar la vida de los cuatro, buscar declaraciones, saber el currículum, y a partir de eso armamos con el equipo los temas de los que vamos a hablar. El programa tiene que brillar; y si lo conseguimos estamos todos bien. Por eso busco incomodar al invitado en el buen sentido, ¡es casi como una sesión terapéutica!, hago que hable de cosas que le provoquen algo. Pero tampoco le quiero hacer pasar un mal momento.
-¿Y dónde está el límite?
-Si vivió una tragedia en su vida no voy a ir para ahí. Pero si viene una modelo que tuvo todos novios millonarios, algo de eso le voy a decir. En ningún momento buscaré herir al invitado. Después veo de qué manera se pueden conectar los cuatro, eso es clave. Casi siempre encuentro buena predisposición, porque el que va sabe que va a divertirse. De hecho, cuando fui invitado de Guinzburg, me acuerdo que él me dijo: `hoy venís a laburar`. Y es así, hay que estar predispuesto a pasarla bien.
-¿Hasta ahora qué entrevistados lo sorprendieron más?
-Me gustaron muchos, se me vienen a la mente Martín Lousteau, Andrea Frigerio, Alejandra Maglietti, Claudio María Domínguez, Matías Martin, Campi... ¡fueron tantos ya!
-¿Considera que en este formato los personajes hacen confesiones que no harían durante una entrevista "normal"?
-Sí, porque la charla te va llevando. De repente querés subir la apuesta del otro y cuando uno no quiere contar, lo atacamos entre todos para que cuente, sabiendo que nadie lo va a juzgar. Es dinámico.
-Fue productor de Fernando Peña. ¿Cómo lo recuerda?
-Con todo, a cada rato lo recuerdo, porque trabajé con él en Metro, la radio donde yo hoy conduzco mi programa. Fernando fue lo mejor que le pasó en radio a la Argentina tal vez en la historia. Lo que hacía él no lo va a poder hacer nadie. Era una persona intensa en todo, pasional, extrema, dejó muchas enseñanzas, tenía una manera de vivir muy particular, pero era muy coherente consigo mismo y eso es un valor.
-¿Qué le aportó su pasaje por TVR?
-La posibilidad de conducir un programa de televisión, porque fue el primero. Era una especie de noticiero, que parecía formal desde su estructura, pero que de formal no tenía tanto. Aprendí que en la tele se pueden encontrar espacios interesantes desde una estructura que parece quieta. Corrimos la ventaja de ser amigos con Gaby (Schultz), entonces podíamos explorar por ahí y sobre todo me dejó mucho ejercicio delante de cámaras.
-Algunos famosos se enojaron. ¿Aprendió a lidiar con ese tipo de situaciones?
-Sí, hubo enojos, pero hace mucho tiempo. Lo importante es ser coherente contigo mismo para poder irte a dormir tranquilo sabiendo que estás haciendo lo que querés. Si no estás de acuerdo con una cosa y te parece que es interesante decirlo -no por rebelde o por hacerte el loco- y lo podés argumentar está buenísimo.
-¿Se define como un conductor que hace humor? o ¿como un humorista que conduce programas?
-Todo el tiempo necesitamos definirnos. Yo la verdad que no lo sé. Empecé como guionista, me siento conductor de radio y televisión. Me gusta mucho actuar en el teatro también. Cuando era chiquito empecé por el periodismo y la escritura, pero de a poco fui tomando distancia, a pesar de que soy curioso y estoy cerca de los diarios siempre. Pero cada vez me acerco más a la ficción a través del guión.
-En el estilo de hacer humor ¿quién lo marcó más?
-Siempre voy al referente más obvio que es Woody Allen. Y cuando estoy triste vuelvo a ver sus películas.
-Para hacer un humor ¿se ubica en la posición de perdedor?
-No, no es de perdedor, aunque desde ganador nadie se puede poner. Creo que las cosas no se dividen entre ganadores y perdedores, más bien lo hago desde un lugar donde me resulta cómodo y a veces incómodo. En realidad me pongo en un lugar que puede parecer nuevo, porque la gente que aparece en los medios casi siempre da la imagen de ser segura, que lo sabe todo y no tiene dudas. Pero a mí me gusta plantear dudas, inseguridades, y eso es un buen camino para hacer humor.
-¿Quiénes tienen mejor sentido del humor: los artistas o los políticos?
-Me resulta imposible generalizar.
-¿Conduciría un programa como Gran Hermano si se lo ofrecieran?
-Hoy no, pero nunca se sabe. Tampoco lo descartaría de antemano.
-¿Qué opina sobre esa apología del caos que hacen algunos programas de la televisión argentina, con mediáticos peleándose todo el tiempo?
-La verdad, no me interesan mucho, son espacios que no me entretienen. A veces los miro y no me enganchan, no me gustan. Pero trato de no juzgar desde lo moral lo que tiene que ver con el espectáculo y el arte.
-Cuando era adolescente tenía rulos. ¿Qué pasó después?
-(Se ríe) ¡La vida pasó!... ¡Pasó de todo!
El País Digital
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